Cuando el dolor de Alicia y Carlos dejó de ser invisible
En ocasiones el dolor no es un síntoma sino la propia enfermedad. Está el caso de un hombre joven al que el dolor le impide coger a su niño en brazos, reincorporarse al trabajo o salir a caminar, como antes. Y ya lo han probado todo con él.
Este es uno de los ejemplos que el doctor Enrique Ortega, responsable de la unidad del dolor del Hospital Río Hortega, de Valladolid, considera un fracaso. Pero también están los que después de pasar por esta consulta recuperan la vida que daban por perdida.
Aproximadamente «siete de cada diez» pacientes que atienden las ocho unidades del dolor de Castilla y León logran mejorar su calidad de vida. «No es fácil controlar el dolor y fracasamos con mucha frecuencia», explica Enrique Ortega, que aclara que no aspira a «resolverlo, sino a reducirlo para que el enfermo siga teniendo una vida lo más normal posible». Es ahí donde reside el sentido (y el éxito) de estos departamentos que atienden a pacientes con dolor crónico. Es decir, que se prolongue más de tres meses.
Alicia González se encuentra en esa horquilla, en la de un antes y un después radicalmente opuestos. El antes de esta paciente era cuando jugaba con sus hijos siempre sentada porque su espalda así le daba menos guerra, cuando permanecía «atontada» por la cantidad de medicamentos que amortiguaban «el calvario» y eran sus niños pequeños quienes le ponían los calcetines a ella, en vez de a la inversa.
Alicia cuenta esta anécdota para demostrar cómo «el dolor incapacita y avinagra» y cómo, tras atajarlo, la vida le sonríe, como ella. Ahora las molestias no han desaparecido, pero son menores «y asumibles».
Tras años de puerta en puerta y ante sanitarios que a lo sumo llegaban a decirle con 30 años que se tenía que «acostumbrar a vivir con un dolor tan fuerte», en la unidad del doctor Ortega recibe un tratamiento eficaz para su síndrome de espalda fallida con ciática crónica. Un problema de salud que surge cuando después de una cirugía de la espalda el dolor crónico persiste.
No puede coger peso «ni estar mucho de pie ni mucho sentada». Tiene dificultad para hacer la cama, para lavarse la cabeza, no puede hacer ejercicio... y un largo etcétera que ella ahora revierte siguiendo un consejo de una enfermera: «Céntrate en lo que sí puedes hacer».
Desde que hace un par de años derivaron a esta segoviana a la unidad del dolor del Río Hortega –el centro hospitalario de Segovia carece de una sección propia de este tipo– ha recuperado, además de la sonrisa, «las fuerzas» para enfrentarse a las tareas cotidianas.
Entonces se apaciguaron las molestias y, con ello, el mal humor y la frustración. «El dolor te cambia la vida y el carácter completamente», asevera y por eso cuenta aliviada que, aunque está «muy limitada», desde que le duele menos vive «infinitamente mejor».
«Es una diferencia inmensa». Incluso en el amor propio. La unidad que dirige el doctor Ortega le ha devuelto la autoestima. «Fue un alivio. Ves que al fin te entienden y saben cuánto te duele. Antes estaba minada, sentía que nadie me hacía caso, pero llegué y vi que hay muchas terapias». No todas funcionaron, pero con el interés recibido ya ganó. «Se molestaron, me propusieron soluciones y saben que no me lo estoy inventado. No cuestionan mi dolor».
Como Alicia, muchos pacientes se enfrentan al problema añadido de que el dolor es difícil de medir objetivamente y no siempre resulta fácil que quien tienen delante comprenda su grado de sufrimiento. «Te sientes como si fueras invisible», añade.
Eso cuando no se encuentra con alguien que le dice: «A mí también me duele la espalda y con un Paracetamol se me quita», comenta resignada quien insiste en que esas situaciones «frustran».
La doctora Marisol Vega, jefa de la unidad del dolor de Zamora, reconoce esa realidad, aunque cree que existe una evolución. Explica que realizan cursos «para implicar a los servicios de Primaria para que valoren el dolor y sepan cómo atajarlo». «A veces por desconocimiento no les hacen caso, pero también trabajamos en cambiar eso», comenta.
El doctor Ortega replica que cada vez más esta situación está dándose la vuelta. «El dolor ya no es invisible. Lo era. Pero ahora sí se le da importancia y hay interés de la sociedad en tratar el problema».
Un cambio de tendencia que atribuye «al éxito de la medicina»: «Ha hecho que la esperanza de vida aumente y se llegue a edades avanzadas con elevada calidad de vida que la gente quiere mantener». Un envejecimiento acentuado en una comunidad como Castilla y León, que provoca que se preste una mayor atención a esta cuestión. «Lo que quiere la mayoría de pacientes es recuperar su situación de uno o dos años atrás», señala Enrique Ortega.
Sólo en un año, estas unidades de la Comunidad reciben a más de 5.000 pacientes nuevos y realizan más de 15.000 consultas.
Todas las provincias, salvo Ávila, Segovia ySoria, cuentan con secciones específicas. Las ocho unidades están en centros hospitalarios de León (capital y Bierzo), Valladolid (Río Hortega y Clínico), Salamanca, Burgos, Palencia y Zamora.
La mayoría de los casos que atienden (un 60%) tiene un origen músculo esquelético –sobre todo de la columna vertebral–, otro 20% está asociado a alguna enfermedad oncológica y el resto del dolor está relacionado con otras patologías.
Según cada caso, al paciente se le prescribe tratamiento farmacológico o se le aplican técnicas mínimamente invasivas (punción, infiltración, radiofrecuencia...) y, cuando no es suficiente, se opta por otras más invasivas y complejas.
Se trata de encontrar la terapia idónea para cada individuo. Enrique Ortega lamenta que a menudo se abuse del consumo de medicamentos «tanto con control como sin él» y critica que en España se prescriben «demasiados» porque, en su opinión, «es más fácil poner que quitar».
Ante un escenario en el que el jefe de la unidad del Río Hortega deja claro que «la vida sin dolor no es posible, sobre todo a partir de cierta edad», invita a que las instituciones se planteen cómo quieren abordarlo.
Ortega defiende la relevancia de reforzar estas unidades y de crearlas donde no han llegado. Lo hace recordando que el enfermo con dolor «es un paciente incómodo» para todos: «Para él mismo porque tiene una mala calidad de vida; para la familia, a la que limita; para la sociedad porque merma su vida laboral y disminuye su productividad y para el sistema porque consume sus recursos».
Recalca el alto efecto en los costes sanitarios y sociales. «Un tratamiento efectivo del dolor reduce gastos y beneficia a la sociedad al reducir las bajas laborales, entre otras cosas».
El mismo argumento esgrime quien se sienta al otro lado de la mesa de su consulta. Carlos Ventosa, enfermero jubilado, sólo es paciente de esta unidad desde hace ocho meses. Tiempo suficiente para dar un giro «total» a su vida. Padece el síndrome del miembro fantasma y le duelen las piernas que le amputaron tras un accidente de tráfico. Han pasado 30 años de aquello. Un tiempo en el que relata que el dolor llegó «a ser parte» de él. Ahora casi ha desaparecido.
También como presidente de la Asociación Nacional de Amputados de España, Carlos insiste en que «deberían destinarse más recursos» para estas consultas porque, a su juicio, «supondría una optimización de los recursos sanitarios» al evitar muchos problemas derivados.
Ortega añade que «la inmensa mayoría del dolor crónico se debe tratar en Atención Primaria» y explica que para muchos pacientes son el último recurso, aunque otros son derivados directamente porque está claro que pueden beneficiarse de las posibilidades de estas unidades.
También la doctora Marisol Vega, de Zamora, incide en que no pueden atender a todo aquel que padezca dolor, sino al crónico y de una determinada intensidad, porque si no «se bloquearían las consultas».
Los dos médicos resaltan la importancia de que sean unidades multidisciplinares y que no sólo intervengan anestesiólogos. «Acudimos a oncólogos, fisioterapeutas o psicólogos, entre otros, porque son pacientes complejos y con una atención completa podemos ayudarlos mejor», explica la doctora Vega.
Como ayudaron a Alicia o Carlos, que, gracias a sus tratamientos, pudieron dejar de concentrarse en el dolor para levantar la vista hacia ese todo lo demás que compone su vida.
Fuente: Diario de Valladolid. Alicia Calvo.