Y Ángela no dio su brazo a torcer
El 19 de septiembre de 2017, hace justo cuatro años, la vida de Ángela López García entró en un oscuro túnel, de esos que suelen eternos y que casi nunca tienen luz al final. Trabajadora entonces en la planta de montaje del Captur, perdió su brazo derecho. Su chaquetilla se quedó enganchada con el engranaje que movía la cadena, lo que hizo que siguiera tirando del brazo hasta que lo atrapó.
La tragedia conmovió a todos los compañeros. La desolación fue total. La propia Dirección de Renault, manifestó el «shock» por el suceso y los delegados sindicales, que atienden a los medios cuando, por desgracia, ocurren accidentes laborales, poco pudieron añadir más salvo que que estaban abatidos.
La víctima, jefe de Unidad y con 18 años de antigüedad en la empresa, fue evacuada de urgencia al Hospital Río Hortega eintervenida sobre la marcha. Aún consciente iba pensando en la camilla: ‘¡Qué va a ser de mi vida!’, ‘¡Qué va a ser de mi vida!’. Los cirujanos, nada más llegar. le amputaron el brazo entre el hombro y el codo.
Cuatro años después, la gran noticia es que el túnel sí tenía salida. Gracias a una fuerza de voluntad a la altura de pocos, a la ayuda de su marido Óscar, de su familia y de Renault España, que la recolocó en un puesto administrativo, Ángela no es que sea una mujer feliz. Está pletórica. Tanto, que acaba animando a los que se acercan a ella para solidarizarse con su infortunio. El mundo al revés.
«Cuando me desperté de la operación, supe enseguida que no tenía brazo. La decisión era hacer o no hacer. Tirar para adelante o para atrás. Y viendo a mi marido y a mis padres, tomé la decisión de no renegar de la vida, no quería darles ese disgusto extra», afirma.
Instalada en su domicilio de Laguna, esta vallisoletana de 44 años tuvo sus primeros bajones de ánimo. Ella calcula que duraron entre dos y tres meses, cuando tomaba morfina contra el llamado dolor fantasma, ese picor, esa molestia en una extremidad que ya no existe, pero que permanece en la sala de máquinas del cerebro. Para salir a la calle, siempre lo hacía con su marido hasta para las gestiones más nimias. Algo tan cotidiano como peinarse, pelar una patata, atarse un cordón o abrocharse un abrigo era misión imposible. “No quería ni mirarme al espejo. Para que la gente se haga una idea, no quise salir por la puerta principal de hospital, para que nadie me viera. Lo hice por el sótano”.
Pero no se rindió. Una miembro de Andade, la actual presidenta, Noemi Antolín, fue clave para hacerle ver que era posible. Y también cree que le vino bien que Renault les enseñase a ser ambidiestros en Montaje para ser más operativos según el lado de trabajo. Y así, pronto aprendió a manejar el tenedor y a escribir con la izquierda, eso sí con los míticos cuadernos Rubio de escritura. Y se llevó sorpresas como que afloró la misma letra que le salía con la derecha. Eso, sí utiliza una silicona antideslizante para fijar el folio a la mesa.
Paso a paso, con la ayuda de una psicóloga y de protésicos, y con procesos de terapia ocupacional y de fisioterapia, empezó a enlazar logros personales que hicieron remontar su autoestima. Un hito clave fue aparecer en Pingüinos en enero de 2018 para ayudar a la organización en la acampada . Fue la conjura definitiva de sus inseguridades. «Pasé de no salir de casa a encontrarme con 20.000 personas. Mi misión era servir caldo y café. Fue el paso definitivo porque me olvidé por momentos que era amputada. ¡Lo cambió todo!», rememora.
El segundo empujón llegó cuando Renault le ofreció trabajo. «No fue inmediato, pero sí me lo planteé, porque lo peor es estar sola en casa y darle vueltas a que igual tu destino es quedarte sin ocupación laboral. Me propuso trabajar en una oficina (edificio de Estudios) en Recursos Humanos y allí estoy desde junio de 2019. Renault es para mi mi segunda casa y lo explico: me ha vuelto a dar la oportunidad de sentirme útil. No en un destino tan activo como en Montaje, donde hacía 40.000 pasos al día, pero sí en un puesto que me llena mucho porque ayudo a la gente que plantea preguntas en la plataforma digital del Centro de Servicios Compartidos. Yo fui ‘comodín’ en Renault ya a los ocho meses de empezar a trabajar», afirma orgullosa.
Ya en modo de remontada total, Ángela ha llegado a un punto en el que se tunea la prótesis que, en su caso, es biónica y le permite –gracias a la conexión con los los tendones del muñón–, cierta movilidad en la articulación del codo y de la mano. No es la panacea, pero está a años luz de los que no pueden optar más que a una prótesis estética, sin ninguna movilidad. Y, claro, está la pregunta de si siente la extremidad ausente. Si es leyenda urbana. «¡Pues claro!», contesta al instante. «Tenía y tengo molestias en el anillo, el reloj, hormigueos, descargas eléctricas y como que corre el agua», afirma.